La música del agua se multiplica por todos los rincones de la Sierra del Segura. Ríos, arroyos y fuentes. La orquesta de la vida que se escucha en los pueblos, en las pequeñas aldeas, en aquellos parajes espectaculares, tantos como hay, donde nace una fuente. Y donde está el agua, está la vida. Una obviedad que revela la enorme historia de esta comarca, cientos de asentamientos de población que no son por casualidad, sino por el agua. Los primeros pobladores lo supieron hace más de 5.000 años y no es por azar que allí donde se instalaron, haya hoy cortijadas o pequeñas pedanías.
Y no es casual que en cada núcleo poblacional de la Sierra haya un lavadero. Construidos entorno a alguna fuente, los lavaderos públicos han sido un espacio necesario para el desarrollo social de nuestra esforzada tierra. Hoy, que ya podemos hacer la colada en casa, los lavaderos sirven para recordar la identidad trabajadora de nuestros antepasados. Pero también valen para disfrutarlos, como verdaderas joyas del patrimonio serrano o como lugares donde refrescarse de los rigores del verano. Incluso hoy día se utilizan como centro neurálgico en muchas aldeas, en Fuente Higuera, por ejemplo, quien quiera recibir su correo sabe que tiene que ir al lavadero.
Sería interesante hacer un censo serrano de todos los lavaderos existentes, incluso de los que hubo y ya no están. Aunque sin duda, también sería una tarea difícilmente concluyente. De hecho, como demostraron hace un tiempo descendientes de vecinos de El Morcillar, puede haber lavaderos comidos por la naturaleza. Como contaba el blog siempremolinicos, estas personas decidieron restaurar la fuente de la rambla de esta aldea, situada a 3 km de Molinicos, sepultada tras décadas de lluvia y barro. “Ni los más ancianos del lugar recuerdan la fuente tan limpia y visible”, comentaban. Y es que además del agua clara y fresca que brotó de nuevo, volvió a la vida un pequeño lavadero, con su pila y su piedra de raspar, donde antaño las mujeres se afanaban en quitarle todo el cansancio a las ropas, mientras los hombres refrescaban a los burros o se aseaban tras un día duro de sucio trabajo.
Lavaderos humildes y algunos casos míticos, como el de la Orden en Yeste, el lavadero del porche en Ayna, el Ramblón de Liétor o la Puentecilla de Elche de la Sierra. De la construcción de este último, se tienen noticias en 1909, donde además era urgente la creación de dos retretes en el mismo sitio. A principios del XX, desgraciadamente la insalubridad en nuestros pueblos resultaba un problema preocupante, la falta de infraestructuras hacían fácil la propagación de enfermedades contagiosas como la gripe. La vida social en los lavaderos públicos era muy intensa entonces y las conductas higiénicas no eran siempre las más adecuadas. Problemas que afortunadamente se fueron solventando con el tiempo, el progreso y el cambio en la conciencia pública. Después llegó la lavadora y los lavaderos públicos se convirtieron en lo que son, lugares vivos que representan lo mejor de nuestra tradición.
Fuente: José Iván Suárez / Sierra Viva
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